domingo, 13 de marzo de 2016

ENAMORADOS

ENAMORADOS

Las primeras palabras, los primeros gestos, la primera vez que mi corazón saltó de mi pecho cuando me respondiste con tu mirada clavada en mis ojos, fueron el indicativo de que nunca podría olvidarte, que siempre estaría enamorada de ti, y que no importaría si lográbamos estar juntos durante toda nuestra vida, pues te seguiría buscando en cada amante que tuviera, con la esperanza de que en algo se pareciera a ti.

Nunca hubiera imaginado que te conocería en aquel lugar, de hecho, por aquella época no estaba ya esperando encontrar el amor, después de tantos años deseando amar así, hallarte y amarte con la intensidad que anhelaba, y sentirme amada de la misma manera.

Era la primera vez que viajaba a Italia, siempre me había atraído mucho la idea de conocer el país de donde procedían mis canciones preferidas, las que despertaban mi profundo romanticismo, mi niña interior, esa que ama inocentemente, entregándolo todo. Y allí estabas tú, también de viaje, y también solo, igual que yo.

Viajar sola no era de mi agrado, sin embargo, quería vencer mis miedos y ser capaz de hacer algo así sola, algo que en realidad me aterraba, sobre todo cuando no conocía nada de aquel lugar, y casi ni siquiera sabía hablar su idioma, aunque lo entendía en gran parte, como de una forma innata, como si la gran atracción que sentía por su lengua y por su cultura, me hubiera dotado del privilegio de comprender, aunque fuera a medias, una conversación en italiano, sin haberlo estudiado en toda mi vida.

Tú me demostraste que había una razón para aquello, pero esa es otra historia.

El mismo hotel nos unió, y tu sonrisa fue lo que me enamoró por completo, la que me reveló que sólo tú lograrías que lo mejor de mí emergiera como por arte de magia. Los paseos por las calles de Venecia, hicieron el resto.

Siempre me pregunté por qué cuando hablamos de amor y de romanticismo, nos sentimos avergonzados, como si estuviera prohibido, como si fuera algo ridículo, como si el amor nos hiciera perder la razón y quisiéramos detener el tiempo para ocuparnos sólo de amar a esa persona que nos envuelve en lo más sagrado, aunque las respuestas racionales eran bien lógicas, no podemos descuidar nuestras responsabilidades, y el enamoramiento es un proceso químico de nuestro cerebro que suele durar sólo tres años aproximadamente, y luego, se desvanece y quedan el cariño y la costumbre, sin embargo, contigo no sucedió así, tú eras alguien que mi alma estaba esperando, buscando, aunque mi mente ya se hubiera rendido, aunque mis pensamientos ya no creyeran que ibas a aparecer, y sí, hubiera parado el reloj para siempre sólo para mirarte a los ojos, sólo para acariciar tu pelo, sólo para crear contigo un mundo mejor, sólo por estar abrazada a ti el resto de mi vida, sin importarme nada más, tan sólo tú y lo que me hacías sentir, tú, mi inspiración, tú que siempre habías estado en todos mis poemas, en todo lo que yo expresaba cuando hablaba de amor.

Pero fue justamente nuestra lógica, nuestro ego, fueron nuestras vidas mundanas, las que nos separaron.

Yo, una escritora, poetisa romántica, comprometida por conseguir que el mundo se convirtiera en un lugar mejor, empezando por mí, por ser siempre auténtica, escribiendo con el alma, una mujer amante del amor, amante del respeto entre los seres humanos, amante de la confianza, la transparencia del alma, de la complicidad y la colaboración entre todos, tratando de ver siempre lo mejor de los demás, viendo siempre la luz que hay en los corazones de las otras personas, intentando ayudar a aquellos que me pedían ayuda, una eterna soñadora que era capaz de convertir nuestro amor en la supremacía más sublime que había vivido jamás, y en hacerte saber que ese era nuestro paraíso, nuestro espacio sagrado, nuestro destino más hermoso.

Pero dos realidades colisionaron, la de nuestro corazón, nuestra alma, y la que se imponía a nuestro alrededor.

Tú tenías que regresar a tu vida, tú, un hombre de negocios, luchador innato, un hombre que había sufrido mucho para conseguir todo lo que tenía, un hombre sumamente profundo, que no sabía cómo renunciar a lo que había logrado lamiendo sus heridas, con una gran carga emocional que pesaba demasiado sobre sus espaldas pero que había conseguido gracias a su racionalidad. Renunciar a su éxito profesional y social sólo por un amor inmenso que le asustaba y le llevaba a querer sólo la sencillez en su vida, un amor que era demasiado profundo, demasiado confuso, demasiado sobrecogedor, un amor que le hacía sentir la necesidad de olvidarlo todo y huir a un lugar donde nadie pudiera tocar nuestra realidad, y comenzar de cero siendo él mismo, y no la creación que la sociedad había hecho de él.



Estábamos enamorados, sí, pero no era sólo una reacción química, eran nuestras almas las que se anhelaban, eran ellas las que nos reunían una y otra vez de forma mágica cuando creíamos que ya no nos volveríamos a encontrar, eran ellas las que decidían por nosotros, eran ellas las que deseaban fundirse en una sola y traspasar las ideas, los pensamientos, los miedos, las creencias, para crear una nueva forma de ver la vida, juntos, unidos, y construir un mundo nuestro para expandirlo, para que nuestra gran obra, nacida de nuestros corazones, de nuestros seres más elevados, pudiera ser continuada y seguida por muchos otros que anhelaran permitirse ser ellos mismos, y renacer de sus propias cenizas, dejando atrás el materialismo, el consumismo compulsivo, el egoísmo...

Y regresaste, y nos volvimos a encontrar de nuevo en España, y volvimos a besarnos, a entregarnos a nuestro amor, a desear detener el tiempo, a diluirnos entre nuestras caricias, entre nuestros “Te amo”, entre nuestros momentos románticos frente al mar, mientras amanecía...

Y te volviste a marchar...

Y te hallé otras veces, y te anhelé, y soñé contigo muchas noches, y traté de no pensar en ti, y lo logré, mi mente se evadió de los recuerdos, sin embargo, mi alma, enamorada de ti, jamás pudo dejar de amarte y sentirte.

Hoy sigo sin esperarte, porque sé que regresarás de nuevo, porque ese es nuestro sino, y sé que eso ocurrirá cuando ambos comprendamos que no hay que tener miedo de cambiar nuestra manera de vivir y que si nuestras vidas no son compatibles, podemos crear una nueva conjunta, nuestra, porque estoy segura que esa vida es la que seguiremos juntos, de la mano, hasta el final de nuestros días.

No necesitamos parar el tiempo, el tiempo es nuestro aliado, porque nuestras almas no entienden de edades, ni de años, ni de esperas, y se encuentran mientras nosotros tratamos de no pensar en cuánto nos amamos.

Arael Elämä
Eva Vera Vitae.

lunes, 25 de enero de 2016

LA CITA



El viaje en el tren era lo de menos, su vestido, su maquillaje, su cabello, su perfume, todo lo que ella había preparado con suma cautela había quedado reducido a un breve suspiro tras media hora de trayecto. En el incómodo asiento donde reposaba su nerviosismo, el tiempo transcurría despacio y sus latidos iban tan rápido como la velocidad a la que ella se sentía disparada hacia algo que había estado esperando durante mucho tiempo.

Conocía muy bien aquella sensación de inquietud, podía ser devastadora, pero no podía permitirlo, era la primera vez que iba a verle y no quería estropearlo hablando demasiado, o estando demasiado tímida, o tal vez demostrando lo mucho que le importaba tenerle frente a frente por fin, después de meses enviándose cartas por correo electrónico.

Sabía muy bien lo poco atractiva que era, y que él no se fijaría en ella por su belleza, ni tampoco por su cuerpecillo frágil y flácido, además se sentía bastante poco para un hombre tan grande, al que admiraba tanto.

Recordó aquella vez en que quedó con quien iba a ser su primer novio hacía algunos años, cuando le quedaban unos meses para cumplir los diecisiete. El ya contaba con veinte años y parecía interesante, ya no vivía con sus padres y era un artista, pero fue todo un desastre, ninguno de los dos pronunció palabra y la cena fue totalmente silenciosa. Cada vez que intentaba hablar con él le entraba hipo y él no lograba mirarla a la cara, así que no apartó su mirada de su plato.
Cuando por fin él se decidió a preguntarle cómo se lo había pasado, un enorme trueno se hizo con el poder de su garganta y salió directo como un rugido espantoso que acabó por arruinar la velada por completo.
Y es que Mario no era precisamente el novio ideal, nunca lo habría podido ser, pero ella había decidido darle una oportunidad, “craso error” que le costó meses más tarde arrepentirse de haber sido tan considerada con alguien con quien no tenía nada en común sólo por su fascinación hacia su arte.
Su historial con los hombres no era demasiado bueno. Primero el pintor artístico, Mario el bohemio adinerado que la llevaba a exposiciones vestido como si no tuviera solvencia suficiente para comprarse unos pantalones decentes, y con el pelo perfumado con el ayuno de varias semanas de un lavado en condiciones.

  • Me gusta emanar este aroma a hombre – le decía orgulloso e incrédulo ante el sugerente reproche de ella, cada vez que , entre palabras increíblemente diplomáticas, trataba de hacerle entender que se lamentaba de su rancio perfume emanado por la habitación, acompañado de su atuendo pintoresco, e incluso en ocasiones tan aciago como lo podía llegar a ser un estercolero .

Y es que a Tania le gustaban mucho los hombres con personalidad, diferentes, de esos que llaman la atención porque van contra la corriente, porque luchan por un mundo mejor, porque conectan con su alma y se expresan sin tapujos, sin miedos, sin vergüenza, sin embargo, nunca daba con ninguno que estuviera cuerdo, o que se mostrara inteligente además de apasionado por cambiar la realidad en la que vivimos. Mario era un hombre que no conocía la higiene y que usaba su dinero, bueno, más bien el dinero de su padre, para comprar cervezas y conseguir el reto de enfadarle cada día un poco más, gastándolo en apuestas con sus amiguetes, o en equipos de música, o en largas estancias en apartamentos en el extrangero con sus colegas, esos que compartían las mismas costumbres infectas que él.
Tania nunca entendió cómo podía haber salido con él si parecía más un mueble adquirido como adorno para él que una pareja, de hecho, no llegó a acostarse con él por dos motivos muy evidentes, uno debido a que la distancia que la mantenía a salvo del desmayo no le permitía ni siquiera abrazarle, y otro su homosexualidad no aceptada, motivo por el cual nunca mostró interés sexual por ella.

Aquello seguramente había sido una pesadilla de su adolescencia, una entre unas cuantas, claro, porque ese fue su primer novio, pero el segundo tampoco fue muy especial.

Continuaba en el tren pensando en sus anteriores parejas, imaginando que aquel hombre con el que se iba a reunir en breve podía ser ese ideal que tanto había soñado.

Ya sólo quedaban tres paradas, sólo diez minutos para verle, y realmente estaba muy agitada. Estaba sentada y sus piernas flaqueaban, sus manos temblaban, y le faltaba la respiración, necesitaba distraerse y la música que escuchaba con sus auriculares no la relajaba. Debería volver a evocar los recuerdos de aquellos tiempos en los que sus citas eran una ruina, pues la verdad es que no había tenido demasiada suerte.

Se acordó de Joan, aquel muchacho catalán que conocío en su viaje a Ibiza, ese que podría haber sido su gran amor y que se convirtió en otra pesadilla, y de Fermín, el informático obsesionado con los ordenadores que estaba siempre ante la pantalla aunque ella se vistiera con la lencería más exótica y sensual que había encontrado y comprado exclusivamente para conseguir levantar la moral de su pareja.

También recordó la primera cita con Pedro, un colombiano con el que supo lo que no querría nunca que le sucediera a ninguna mujer en la vida, tener sexo y sentir lo mismo que se siente cuando estás anestesiado de cintura para abajo, en fin, si un mono hubiera venido a hacerle cosquillas en los pies hubiera sido más agradable y placentero que lo que aquel pesonaje consiguió en cada uno de los intentos sexuales que tuvo para averiguar si lo podía hacer aún peor o no.
Nada que ver con Francesco, con el que sólo podía repetir la misma frase cada vez que venía y le susurraba todo lo que iba a hacerle en el oído, “mamma mia!”, el italiano sabía todos los puntos que tenía que tocar, todas las letras del abecedario estaban para él escritas en la piel de Tania para ser activadas en una oleada de placer que ella no sabía controlar, es más, no quería interrumpir nada de lo que aquellas manos conseguían hacerle sentir con su magia sexual. Sin embargo Francesco era demasiado aficionado a tocar letras, y las tocaba con sus amigas, con las amigas de sus amigas, con las vecinas y con las madres de las amigas y de las vecinas, todo un seductor sin límites, conocedor del cuerpo de la mujer, poeta del amor y del erotismo, al que Tania recordaba en aquel momento con un  “ay, dio mio, Francesco, non ho parole!”.

La voz que anunciaba la llegada a la estación de Barcelona acababa de retumbar en el pecho de Tania. Ya había llegado el momento.



Aquel hombre era diferente, pero todavía no estaba convencida de que su fortuna hubiera cambiado y de lograr encontrar a su alma gemela después de tantos intentos.

Bajó del tren, el andén era oscuro y estaba invadido de gente corriendo con prisas, como si se les fuera la vida en cada gesto, como si llegar tarde les pudiera suponer perderlo todo. Se acercó a las escaleras mecánicas y, firme y decidida, se dispuso a subir por ellas.

El día estaba bien soleado y en la ciudad se sentía siempre conectada a su esencia, llena, feliz, así que ese día iba a ser especial, lo sabía.

Allí estaba la plaza de Cataluña, y se acordó entonces de un gran amor que tuvo, un muchacho que iba en bicicleta a trabajar, alguien con quien supo lo que era la complicidad, la verdadera esencia del amor, alguien de quien se enamoró profundamente y que dejó ir cuando ese enamoramiento se desvaneció de ella sin otro culpable que la rutina, la falta de espacios conjuntos, la falta de conexión entre ambas almas.
Con él aprendió mucho, creció, supo amar, pero no consiguió nunca que su amor se manifestara a través de sus dos almas, a pesar de su gran afinidad mental y emocional, nunca pudo cubrir del todo el vacío que ella sentía al no lograr tocarle en su ser, al no lograr comunicarse con su esencia más allá de sus muros.

Por un instante le añoró, pero después recordó a qué había venido. Alan, el apuesto hombre que tantas veces le había escrito estaría allí, esperándola.

Un hombre vestido con una chaqueta marrón y un pantalón negro la esperaba en la puerta del centro comercial. Su cabello negro y liso, peinado hacia un lado de un modo muy elegante, le llegaba casi por encima del hombro. A ella le atraían mucho los hombres con el pelo largo y eso era un punto muy a su favor. Sus ojos azules la fulminaron nada más conectar con ellos, hasta el punto de tener que apartar la mirada para no ruborizarse. Y su sonrisa, su sonrisa la enamoró por completo, como en un flechazo.

  • Hola, Alan, ¿qué tal?
  • Hola, Tania – le dijo dándole dos besos. ¿Te parece bien que vayamos a comer? Hice una reserva en un restaurante que está cerca de aquí.
  • Sí claro, perfecto, vamos...

Lo que sucedió después fue que el tiempo se paró, todas las anteriores citas se borraron de su mente, su cuerpo experimentó el amor en cada partícula, su alma se abrazó al alma de Alan, y sus miradas se entrelazaron hasta hacer el amor en un instante eterno.

Pero Tania es Tania, y su enamoramiento se tradujo en inseguridad, en miedo al rechazo, y cuando supo que no era su tipo de mujer, cuando él le habló de su vida, se dio cuenta de que sólo ella le había amado, sólo ella le había tocado el alma y sólo ella se había entregado en cada mirada.

Así que, pensando en lo que se perdería si él no se sentía atraído por ella y en lo guapo que era e imaginando cómo estaría Alan si se quitara aquella camisa blanca que tan bien le quedaba, su subconsciente la traicionó y, en un gesto torpe, tiró el café sobre dicha camisa achicharrando el pecho del pobre hombre.

  • Deja que te limpie – le dijo mientras trataba de echarle agua en la mancha.
  • No, tranquila, no te preocupes, voy al servicio y lo arreglo.
  • No, no, ha sido culpa mía, déjame ayudar, por favor.

Y de nuevo el desastre se hizo presente cuando la exitación de ella consiguió que el agua tomara protagonismo al caer por todo el pecho de Alan, provocando un subidón de calor en Tania de tal magnitud que el agua acabó también en su entrepierna. Ante tal exceso ella se apresuró en tratar de secar la humedad en aquel delicado lugar, justo cuando uno de los camareros se acercaba a traer la cuenta.
El rostro de Alan sería de película de dos rombos si nos remontáramos a los tiempos en los que la televisión era en blanco y negro, y el refinado camarero estaba escandalizado pensando en algo que seguramente le hubiera gustado experimentar él en su persona.

Si a eso le sumas que con el movimiento del frotamiento, el escote del ligero vestido de Tania dejó entrever algo más que el inicio de sus pechos, bueno, creo que la situación habla por sí sola.

No fue tan espantoso como parece, tal vez a Alan le gustaran las atentas friegas que Tania le hizo para aliviar la situación, pues esa sólo fue la primera de muchas citas, aunque, que quede entre nosotros, no fue la más desafortunada.

Y es que el amor a primera vista a veces necesita un poquito de ayuda...ya me entendéis...

Tal vez el encuentro con tu alma gemela no sea como en las novelas románticas, tal vez pase frente ti sin que te des cuenta, o tal vez te derrame una taza de café en tu camisa preferida, o simplemente puede que un día tengas con ella una cita tan desastrosa que no quieras volver a verla, pero es cierto que Tania la halló aquel día y, contra todo pronóstico, se volvieron a ver y repitieron escenas como aquella hasta que un día se dieron cuenta de que nada les podía separar, ni siquiera una situación embarazosa.

Eva Vera Vitae.
(Arael)