CAPÍTULO
3
JAN
SINCLAIR
Traje
elegante, perfume caro, una imagen de sí mismo frente al espejo que
le convenciera de que podía salir a comerse el mundo. Jan se
enfrentaba cada día a la rutina de su vida con su mejor sonrisa,
buscando la manera de llegar a las almas de los demás, para poder
así transmitir lo que había dentro de la suya, y además llegar al
océano de cada ser humano aunque tuviera que hacerlo desde la
superficialidad de una apariencia exquisita y bien cuidada, desde su
mirada seductora y su carisma tan característico. Deseaba comprender
cómo sentían otros seres humanos, cómo pensaban, cómo vivían,
cómo experimentaban en el espacio de la sociedad donde se movían.
Por ese motivo, para él era indispensable conocer a sus alumnos del
conservatorio, porque cada personalidad se amoldaba de una manera
diferente a la música y cada compositor expresaba lo que había
dentro de él de una forma muy personal y particular.
Tenía
una gran habilidad para empatizar con la gente, reconocer sus
debilidades, sus miedos, sus sueños, sus angustias, y eso le
permitía guiar a los estudiantes de música a los que enseñaba. La
docencia le había dotado de esa capacidad, ya que gracias a ella
había conseguido adentrarse más en cada individuo, para apoyarle,
para orientarle hacia su propio estilo musical, además de mostrarle
lo que en el proyecto curricular del centro se requería. No se
conformaba nunca con dar sólo lo que se marcaba como norma, sino que
se entregaba totalmente a su pasión.
En
su tiempo libre se dedicaba a componer músicas que, al igual que las
personas, le hablaban de emociones, de experiencias, de sensaciones,
de conflictos... y basaba sus melodías en su propio aprendizaje de
vida, manifestando así todo lo que en su corazón se iba
almacenando, todo lo que su ser deseaba expresar.
Su
sueño se estaba revelando gracias a todo lo que él daba en cada
tema compuesto, algo grande, algo que procedía de lo más profundo
de él, pues un pedazo de su alma quedaba siempre grabado en cada
canción.
Conoció
a su prometida, Vanessa, en una fiesta a la que un amigo le había
animado a ir.
- Siempre estás solo, deberías buscar una mujer, que el tiempo pasa y lo de Sarah ya hace dos años que sucedió, tienes que superarlo. -Le decía Antoine cada vez que se encontraban.
Jan
había intentado que sus relaciones funcionaran, pero no hallaba a la
mujer que realmente le hiciera vibrar tanto como lo hacía la música.
Era un hombre muy seductor, capaz de enamorar a cualquier mujer, pero
su alma anhelaba algo especial, algo que no lograba acabar de ver.
Con Sarah fue diferente, ella era hermosa, inteligente, amante de la
música, como él, pero con el tiempo ella descubrió que él no era
el hombre que deseaba como pareja en su vida, se enamoró de otra
persona y le abandonó, algo que Jan no lograba asimilar y que
sentenciaba cualquier oportunidad de tener algo serio con otra mujer,
pues su deseo y su esperanza de que ella regresara acababa siempre
por nublar cualquier sentimiento que naciera hacia otra persona.
Así
que se refugiaba en su música, en relaciones superficiales, donde no
tuviera que comprometerse con nadie, sumido en una gran contradicción
interior, pues su alma ansiaba amar con total entrega, mientras que
su corazón roto sólo quería compañía femenina, su mente
rechazaba el amor y su instinto sexual le empujaba a buscar tan sólo
el placer carnal.
Comenzó
entonces de esa manera la relación que tenía con Vanessa, un fuerte
deseo sexual entre ambos les llevó a unirse como pareja con el
tiempo, en un intento de rellenar vacíos que ambos sentían en su
interior.
En
el fondo sabía que no amaba a esa mujer, no de la manera en que
había amado a Sarah, no de la manera en que deseaba tanto amar a
alguien, con fuerza, con pasión, con devoción, con ese amor que
fuera totalmente completo, un amor que cubriera el campo intelectual,
el corporal, el sexual, el emocional, el espiritual y el divino.
Con
Vanessa se sentía complacido sólo en una parte de sus anhelos, pero
ya se había dado por vencido, ¿qué podía esperar ya un hombre de
casi cincuenta años de una relación de pareja? Si hasta ahora no
había encontrado a esa mujer ideal, ya no la encontraría, y Vanessa
era una buena compañera, emprendedora, delicada, dulce, sensual, y
cubría todas sus necesidades emocionales y sexuales.
Las
mujeres con carácter como Vanessa, siempre le habían atraído tanto
como para caer en relaciones tormentosas que siempre acababan por
dejarle herido, sin embargo, se atrevía a correr el riesgo una y
otra vez, a pesar de preguntarse qué era lo que fallaba para que
siempre se repitieran patrones tan similares en sus relaciones, en
casi todas, pues Sarah no era como las demás, tal vez ella había
sido su gran amor, pero ya no había nada qué hacer.
La
noche del evento, Jan estaba particularmente feliz. Su novia sabía
cómo complacerle como mujer, era una gran compañera, y sabía cómo
animarle a seguir adelante con su proyecto profesional, era un apoyo
muy importante. A él le encantaba la manera de ser de ella, le
halagaba y le encandilaba su sensualidad y su tenacidad, su pasión,
y eso le hacía sentir que todo estaba colocándose en su lugar, que
por fin las cosas comenzaban a marchar bien. Sus pequeños logros se
estaban convirtiendo en grandes logros, su relación iba cada vez más
en serio, se sentía dichoso, tranquilo, triunfador.
Necesitaba
una copa de champán para celebrar en su interior el éxito de su
primer evento, su presentación oficial a la sociedad como
compositor.
La
camarera estaba de espaldas, llevando consigo una bandeja con copas
de champán, ofreciéndolas a los asistentes.
Se
acercó a ella sin que ella lo advirtiera y le pidió permiso para
coger una de las copas.
Aquella
mujer se giró y fue como si todo el mundo se girara a mirarle a él.
Era
una chica atractiva, pero no era su tipo, sin embargo, no podía
dejar de mirarla a los ojos. En unos segundos que parecieron horas,
sintió que algo extraño le estaba sucediendo. Una serenidad, una
gran paz se había apoderado de él, una sensación de bienestar
maravillosa le estaba envolviendo, pero no entendía por qué.
De
pronto, aquella mujer se desplomó y cayó al suelo.
- ¿Estás bien? -le preguntó.
- Sí, sí, lo siento tanto, perdón, gracias, creo que he liado una buena, en fin, ahora lo limpio todo, disculpe, no era mi intención....
- No te preocupes, creo que deberías descansar, no tienes buen aspecto.
Realmente
no lograba dejarse de sentir interesado por el estado de salud de
aquella mujer que no conocía de nada. Sentía la necesidad de
ayudarla, de cuidarla, tal vez sería porque la veía desvalida o
frágil.
- Gracias, así lo haré, ya casi es la hora de plegar.
- Bueno, espero que te sientas mejor. ¿Cómo te llamas?
- Marcela.
- Bien, Marcela, como veo que todas estas personas nos están mirando demasiado, ¿qué te parece si te acompaño a la terraza para que te dé el aire?
Marcela
accedió a su sugerencia y ambos salieron a la terraza.
No
solía hacer esto con ninguna mujer desde que estaba con Vanessa,
entre otros motivos porque ella era bastante celosa y sus discusiones
y enfrentamientos siempre comenzaban por mucho menos de lo que estaba
ocurriendo en esa terraza, sin embargo, su interés por Marcela era
especial, necesitaba asegurarse de que ella estaba bien, y al mismo
tiempo tenía curiosidad por conocerla, saber quién era, más allá
de su profesión o de su aspecto físico.
Había
algo en ella, algo que no sabía reconocer, algo que no lograba
entender. Era la primera vez que la veía, pero su voz, su mirada, le
resultaban familiares. Su sencillez le había encantado, y la
sensación de serenidad que ella le transmitía era tan grande que no
comprendía qué era lo que ella estaba emanando para que él, un
hombre inquieto y casi hiperactivo, se sintiera sumergido en una
brisa de quietud y de paz interior que sólo lograba experimentar
cuando acababa de componer una de sus músicas y la escuchaba tras
una buena ducha relajante.
Ella
tenía algo especial, pero ¿qué sería?
Tras la
conversación, que quedó interrumpida por la irrupción de Vanessa,
la cual rompió toda esa aura de magia que se había creado, sintió
que de alguna manera esa mujer le había parecido interesante, pero
no con fines románticos, ni con fines sexuales, como podría haberle
ocurrido con otras mujeres, sino de alguna manera que no conseguía
definir. Ella le parecía peculiar, diferente, y sentía un gran
respeto hacia su persona, algo que no entendía, pero que se llevó
consigo aquella noche.
A
partir de aquel día, su mundo comenzó a cambiar lentamente, lo que
parecía una oportunidad de triunfo con su música, empezó a no ser
suficiente, y sus discusiones con Vanessa incrementaron por la falta
de confianza de ella hacia él y por su carácter absorvente. Sin
embargo, su vida era un camino hacia un objetivo muy marcado, una
meta que hacía años llevaba grabada en su corazón y no cesaría en
su empeño de seguir avanzando hacia el éxito, junto a aquella
mujer, costara lo que costara.
Era un
luchador, un hombre que había trabajado duro para conseguir lo que
deseaba en la vida, un hombre fuerte y perseverante, y vencería
todos los obstáculos, tanto hacia su sueño como compositor, como
hacia el equilibrio en su relación con Vanessa.
Pero
¿qué le ocurría con aquella camarera?
E. Vera
Vitae