viernes, 16 de junio de 2017

TRESCIENTOS TE AMO Y DOS MIL PERDONES.

PARTE 1

Aquella tarde solitaria decidió dejar de llorar por él. Demasiadas disculpas, demasiados conflictos, demasiados celos, demasiada pasión.Sabía que no lograría olvidarle, conocía perfectamente aquella sensación que en tantas ocasiones la había embriagado, estaba cansada de luchar por un amor que parecía ser más fuerte y sincero en ella que en él, pero siempre perecía ante su mirada penetrante, siempre sucumbía ante sus palabras seductoras, siempre terminaba entre sus brazos tras una de sus explicaciones sobre lo que es el amor verdadero, sobre la valentía de enfrentar todo cuanto sucediera para lograr estar juntos, porque su amor era eterno, sublime, y nada podría separarlos salvo ellos mismos.Y sumida en su deseo de dejar atrás por fin aquella relación de rupturas y de reconciliaciones, de gritos y de besos, de alegrías y de tristezas, decidió que iba a salir con sus amigas a distraerse, tal vez a conocer a alguien que la ayudara a olvidarle.Entró a su habitación y se dispuso a buscar en su armario su mejor vestido , aquel negro de escote pronunciado, aquel que tanto le gustaba a él, La verdad es que todo le recordaba a Armando, su historia había sido algo corta, sin embargo su intensidad era demasiado irresistible, demasiado inolvidable.Dentro de ese vestido se sentía la mujer más hermosa de la ciudad, eso era lo que él siempre le decía cuando se lo ponía.Su cabello castaño lucía perfecto con sus rizos y su brillo, sólo faltaban los zapatos de tacón y el maquillaje.
Labios rojos, rimel, sombra marron claro para resaltar sus ojos negros, estaba preparada.

El timbre sonó dos veces.

- Debe de ser Mariela - se dijo. - ¡Ya voy!

Abrió la puerta con el bolso en la mano, después de rociar su piel con su perfume preferido. A decir verdad era el que él le había regalado cuando viajaron a París para celebrar sus primeros seis meses juntos. Parecía imposible no pensar en él cada cinco minutos.

- ¡Tú! - exclamó.

Un ramo de rosas rojas fue parte de la disculpa que traía consigo Armando, más una mirada delicada, colmada de ese amor que solía derrotar su ira de un solo golpe, en un sólo segundo.

"No, esta vez no puedo caer en eso, no puedo volver a estar con él, no, esto no me conviene"

- ¿Me dejas pasar? - preguntó convencido de que ella le diría que sí. Lo cierto es que acertó, la conocía muy bien y sabía que ella no se resistiría a su presencia, a su gesto de arrepentimiento.

- Adelante, pero estoy a punto de irme.

- Bueno, he hablado con Mariela. Lo cierto es que he venido a buscarte para llevarte a cenar y ella ha sido mi cómplice.

- Vaya, me lo debería haber imaginado. Está bien,  permíteme que ponga las rosas en un jarrón y nos vamos.

La cena amenazaba convertirse en el inicio de una de esas noches apasionadas en las que el fin de semana se diluiría entre las sábanas, abandonados en su mundo, en su burbuja de amor en la que nada existía salvo ellos. Estaba claro que no lograría escapar de lo que fuera que les unía.
Algunos le habían dicho que era su alma gemela, otros que se trataba de una relación obsesiva, pero ella lo único que deseaba es que aquellos mágicos momentos durasen para siempre y no se distorsionaran y se transformaran en discusiones que degradaban su supuesto amor hasta el punto de ser tan sólo rabia y dolor.

Una vez más le daría otra oportunidad, una vez más se dejaría llevar por lo que sentía por él, confiando de nuevo, olvidando su temperamento, su comportamiento machista y sus celos.

- Te amo - susurró la voz de aquel hombre enamorado - Perdóname.
 
AUTORA:
Aria Carlay Dama​


 

domingo, 13 de marzo de 2016

ENAMORADOS

ENAMORADOS

Las primeras palabras, los primeros gestos, la primera vez que mi corazón saltó de mi pecho cuando me respondiste con tu mirada clavada en mis ojos, fueron el indicativo de que nunca podría olvidarte, que siempre estaría enamorada de ti, y que no importaría si lográbamos estar juntos durante toda nuestra vida, pues te seguiría buscando en cada amante que tuviera, con la esperanza de que en algo se pareciera a ti.

Nunca hubiera imaginado que te conocería en aquel lugar, de hecho, por aquella época no estaba ya esperando encontrar el amor, después de tantos años deseando amar así, hallarte y amarte con la intensidad que anhelaba, y sentirme amada de la misma manera.

Era la primera vez que viajaba a Italia, siempre me había atraído mucho la idea de conocer el país de donde procedían mis canciones preferidas, las que despertaban mi profundo romanticismo, mi niña interior, esa que ama inocentemente, entregándolo todo. Y allí estabas tú, también de viaje, y también solo, igual que yo.

Viajar sola no era de mi agrado, sin embargo, quería vencer mis miedos y ser capaz de hacer algo así sola, algo que en realidad me aterraba, sobre todo cuando no conocía nada de aquel lugar, y casi ni siquiera sabía hablar su idioma, aunque lo entendía en gran parte, como de una forma innata, como si la gran atracción que sentía por su lengua y por su cultura, me hubiera dotado del privilegio de comprender, aunque fuera a medias, una conversación en italiano, sin haberlo estudiado en toda mi vida.

Tú me demostraste que había una razón para aquello, pero esa es otra historia.

El mismo hotel nos unió, y tu sonrisa fue lo que me enamoró por completo, la que me reveló que sólo tú lograrías que lo mejor de mí emergiera como por arte de magia. Los paseos por las calles de Venecia, hicieron el resto.

Siempre me pregunté por qué cuando hablamos de amor y de romanticismo, nos sentimos avergonzados, como si estuviera prohibido, como si fuera algo ridículo, como si el amor nos hiciera perder la razón y quisiéramos detener el tiempo para ocuparnos sólo de amar a esa persona que nos envuelve en lo más sagrado, aunque las respuestas racionales eran bien lógicas, no podemos descuidar nuestras responsabilidades, y el enamoramiento es un proceso químico de nuestro cerebro que suele durar sólo tres años aproximadamente, y luego, se desvanece y quedan el cariño y la costumbre, sin embargo, contigo no sucedió así, tú eras alguien que mi alma estaba esperando, buscando, aunque mi mente ya se hubiera rendido, aunque mis pensamientos ya no creyeran que ibas a aparecer, y sí, hubiera parado el reloj para siempre sólo para mirarte a los ojos, sólo para acariciar tu pelo, sólo para crear contigo un mundo mejor, sólo por estar abrazada a ti el resto de mi vida, sin importarme nada más, tan sólo tú y lo que me hacías sentir, tú, mi inspiración, tú que siempre habías estado en todos mis poemas, en todo lo que yo expresaba cuando hablaba de amor.

Pero fue justamente nuestra lógica, nuestro ego, fueron nuestras vidas mundanas, las que nos separaron.

Yo, una escritora, poetisa romántica, comprometida por conseguir que el mundo se convirtiera en un lugar mejor, empezando por mí, por ser siempre auténtica, escribiendo con el alma, una mujer amante del amor, amante del respeto entre los seres humanos, amante de la confianza, la transparencia del alma, de la complicidad y la colaboración entre todos, tratando de ver siempre lo mejor de los demás, viendo siempre la luz que hay en los corazones de las otras personas, intentando ayudar a aquellos que me pedían ayuda, una eterna soñadora que era capaz de convertir nuestro amor en la supremacía más sublime que había vivido jamás, y en hacerte saber que ese era nuestro paraíso, nuestro espacio sagrado, nuestro destino más hermoso.

Pero dos realidades colisionaron, la de nuestro corazón, nuestra alma, y la que se imponía a nuestro alrededor.

Tú tenías que regresar a tu vida, tú, un hombre de negocios, luchador innato, un hombre que había sufrido mucho para conseguir todo lo que tenía, un hombre sumamente profundo, que no sabía cómo renunciar a lo que había logrado lamiendo sus heridas, con una gran carga emocional que pesaba demasiado sobre sus espaldas pero que había conseguido gracias a su racionalidad. Renunciar a su éxito profesional y social sólo por un amor inmenso que le asustaba y le llevaba a querer sólo la sencillez en su vida, un amor que era demasiado profundo, demasiado confuso, demasiado sobrecogedor, un amor que le hacía sentir la necesidad de olvidarlo todo y huir a un lugar donde nadie pudiera tocar nuestra realidad, y comenzar de cero siendo él mismo, y no la creación que la sociedad había hecho de él.



Estábamos enamorados, sí, pero no era sólo una reacción química, eran nuestras almas las que se anhelaban, eran ellas las que nos reunían una y otra vez de forma mágica cuando creíamos que ya no nos volveríamos a encontrar, eran ellas las que decidían por nosotros, eran ellas las que deseaban fundirse en una sola y traspasar las ideas, los pensamientos, los miedos, las creencias, para crear una nueva forma de ver la vida, juntos, unidos, y construir un mundo nuestro para expandirlo, para que nuestra gran obra, nacida de nuestros corazones, de nuestros seres más elevados, pudiera ser continuada y seguida por muchos otros que anhelaran permitirse ser ellos mismos, y renacer de sus propias cenizas, dejando atrás el materialismo, el consumismo compulsivo, el egoísmo...

Y regresaste, y nos volvimos a encontrar de nuevo en España, y volvimos a besarnos, a entregarnos a nuestro amor, a desear detener el tiempo, a diluirnos entre nuestras caricias, entre nuestros “Te amo”, entre nuestros momentos románticos frente al mar, mientras amanecía...

Y te volviste a marchar...

Y te hallé otras veces, y te anhelé, y soñé contigo muchas noches, y traté de no pensar en ti, y lo logré, mi mente se evadió de los recuerdos, sin embargo, mi alma, enamorada de ti, jamás pudo dejar de amarte y sentirte.

Hoy sigo sin esperarte, porque sé que regresarás de nuevo, porque ese es nuestro sino, y sé que eso ocurrirá cuando ambos comprendamos que no hay que tener miedo de cambiar nuestra manera de vivir y que si nuestras vidas no son compatibles, podemos crear una nueva conjunta, nuestra, porque estoy segura que esa vida es la que seguiremos juntos, de la mano, hasta el final de nuestros días.

No necesitamos parar el tiempo, el tiempo es nuestro aliado, porque nuestras almas no entienden de edades, ni de años, ni de esperas, y se encuentran mientras nosotros tratamos de no pensar en cuánto nos amamos.

Arael Elämä
Eva Vera Vitae.

lunes, 25 de enero de 2016

LA CITA



El viaje en el tren era lo de menos, su vestido, su maquillaje, su cabello, su perfume, todo lo que ella había preparado con suma cautela había quedado reducido a un breve suspiro tras media hora de trayecto. En el incómodo asiento donde reposaba su nerviosismo, el tiempo transcurría despacio y sus latidos iban tan rápido como la velocidad a la que ella se sentía disparada hacia algo que había estado esperando durante mucho tiempo.

Conocía muy bien aquella sensación de inquietud, podía ser devastadora, pero no podía permitirlo, era la primera vez que iba a verle y no quería estropearlo hablando demasiado, o estando demasiado tímida, o tal vez demostrando lo mucho que le importaba tenerle frente a frente por fin, después de meses enviándose cartas por correo electrónico.

Sabía muy bien lo poco atractiva que era, y que él no se fijaría en ella por su belleza, ni tampoco por su cuerpecillo frágil y flácido, además se sentía bastante poco para un hombre tan grande, al que admiraba tanto.

Recordó aquella vez en que quedó con quien iba a ser su primer novio hacía algunos años, cuando le quedaban unos meses para cumplir los diecisiete. El ya contaba con veinte años y parecía interesante, ya no vivía con sus padres y era un artista, pero fue todo un desastre, ninguno de los dos pronunció palabra y la cena fue totalmente silenciosa. Cada vez que intentaba hablar con él le entraba hipo y él no lograba mirarla a la cara, así que no apartó su mirada de su plato.
Cuando por fin él se decidió a preguntarle cómo se lo había pasado, un enorme trueno se hizo con el poder de su garganta y salió directo como un rugido espantoso que acabó por arruinar la velada por completo.
Y es que Mario no era precisamente el novio ideal, nunca lo habría podido ser, pero ella había decidido darle una oportunidad, “craso error” que le costó meses más tarde arrepentirse de haber sido tan considerada con alguien con quien no tenía nada en común sólo por su fascinación hacia su arte.
Su historial con los hombres no era demasiado bueno. Primero el pintor artístico, Mario el bohemio adinerado que la llevaba a exposiciones vestido como si no tuviera solvencia suficiente para comprarse unos pantalones decentes, y con el pelo perfumado con el ayuno de varias semanas de un lavado en condiciones.

  • Me gusta emanar este aroma a hombre – le decía orgulloso e incrédulo ante el sugerente reproche de ella, cada vez que , entre palabras increíblemente diplomáticas, trataba de hacerle entender que se lamentaba de su rancio perfume emanado por la habitación, acompañado de su atuendo pintoresco, e incluso en ocasiones tan aciago como lo podía llegar a ser un estercolero .

Y es que a Tania le gustaban mucho los hombres con personalidad, diferentes, de esos que llaman la atención porque van contra la corriente, porque luchan por un mundo mejor, porque conectan con su alma y se expresan sin tapujos, sin miedos, sin vergüenza, sin embargo, nunca daba con ninguno que estuviera cuerdo, o que se mostrara inteligente además de apasionado por cambiar la realidad en la que vivimos. Mario era un hombre que no conocía la higiene y que usaba su dinero, bueno, más bien el dinero de su padre, para comprar cervezas y conseguir el reto de enfadarle cada día un poco más, gastándolo en apuestas con sus amiguetes, o en equipos de música, o en largas estancias en apartamentos en el extrangero con sus colegas, esos que compartían las mismas costumbres infectas que él.
Tania nunca entendió cómo podía haber salido con él si parecía más un mueble adquirido como adorno para él que una pareja, de hecho, no llegó a acostarse con él por dos motivos muy evidentes, uno debido a que la distancia que la mantenía a salvo del desmayo no le permitía ni siquiera abrazarle, y otro su homosexualidad no aceptada, motivo por el cual nunca mostró interés sexual por ella.

Aquello seguramente había sido una pesadilla de su adolescencia, una entre unas cuantas, claro, porque ese fue su primer novio, pero el segundo tampoco fue muy especial.

Continuaba en el tren pensando en sus anteriores parejas, imaginando que aquel hombre con el que se iba a reunir en breve podía ser ese ideal que tanto había soñado.

Ya sólo quedaban tres paradas, sólo diez minutos para verle, y realmente estaba muy agitada. Estaba sentada y sus piernas flaqueaban, sus manos temblaban, y le faltaba la respiración, necesitaba distraerse y la música que escuchaba con sus auriculares no la relajaba. Debería volver a evocar los recuerdos de aquellos tiempos en los que sus citas eran una ruina, pues la verdad es que no había tenido demasiada suerte.

Se acordó de Joan, aquel muchacho catalán que conocío en su viaje a Ibiza, ese que podría haber sido su gran amor y que se convirtió en otra pesadilla, y de Fermín, el informático obsesionado con los ordenadores que estaba siempre ante la pantalla aunque ella se vistiera con la lencería más exótica y sensual que había encontrado y comprado exclusivamente para conseguir levantar la moral de su pareja.

También recordó la primera cita con Pedro, un colombiano con el que supo lo que no querría nunca que le sucediera a ninguna mujer en la vida, tener sexo y sentir lo mismo que se siente cuando estás anestesiado de cintura para abajo, en fin, si un mono hubiera venido a hacerle cosquillas en los pies hubiera sido más agradable y placentero que lo que aquel pesonaje consiguió en cada uno de los intentos sexuales que tuvo para averiguar si lo podía hacer aún peor o no.
Nada que ver con Francesco, con el que sólo podía repetir la misma frase cada vez que venía y le susurraba todo lo que iba a hacerle en el oído, “mamma mia!”, el italiano sabía todos los puntos que tenía que tocar, todas las letras del abecedario estaban para él escritas en la piel de Tania para ser activadas en una oleada de placer que ella no sabía controlar, es más, no quería interrumpir nada de lo que aquellas manos conseguían hacerle sentir con su magia sexual. Sin embargo Francesco era demasiado aficionado a tocar letras, y las tocaba con sus amigas, con las amigas de sus amigas, con las vecinas y con las madres de las amigas y de las vecinas, todo un seductor sin límites, conocedor del cuerpo de la mujer, poeta del amor y del erotismo, al que Tania recordaba en aquel momento con un  “ay, dio mio, Francesco, non ho parole!”.

La voz que anunciaba la llegada a la estación de Barcelona acababa de retumbar en el pecho de Tania. Ya había llegado el momento.



Aquel hombre era diferente, pero todavía no estaba convencida de que su fortuna hubiera cambiado y de lograr encontrar a su alma gemela después de tantos intentos.

Bajó del tren, el andén era oscuro y estaba invadido de gente corriendo con prisas, como si se les fuera la vida en cada gesto, como si llegar tarde les pudiera suponer perderlo todo. Se acercó a las escaleras mecánicas y, firme y decidida, se dispuso a subir por ellas.

El día estaba bien soleado y en la ciudad se sentía siempre conectada a su esencia, llena, feliz, así que ese día iba a ser especial, lo sabía.

Allí estaba la plaza de Cataluña, y se acordó entonces de un gran amor que tuvo, un muchacho que iba en bicicleta a trabajar, alguien con quien supo lo que era la complicidad, la verdadera esencia del amor, alguien de quien se enamoró profundamente y que dejó ir cuando ese enamoramiento se desvaneció de ella sin otro culpable que la rutina, la falta de espacios conjuntos, la falta de conexión entre ambas almas.
Con él aprendió mucho, creció, supo amar, pero no consiguió nunca que su amor se manifestara a través de sus dos almas, a pesar de su gran afinidad mental y emocional, nunca pudo cubrir del todo el vacío que ella sentía al no lograr tocarle en su ser, al no lograr comunicarse con su esencia más allá de sus muros.

Por un instante le añoró, pero después recordó a qué había venido. Alan, el apuesto hombre que tantas veces le había escrito estaría allí, esperándola.

Un hombre vestido con una chaqueta marrón y un pantalón negro la esperaba en la puerta del centro comercial. Su cabello negro y liso, peinado hacia un lado de un modo muy elegante, le llegaba casi por encima del hombro. A ella le atraían mucho los hombres con el pelo largo y eso era un punto muy a su favor. Sus ojos azules la fulminaron nada más conectar con ellos, hasta el punto de tener que apartar la mirada para no ruborizarse. Y su sonrisa, su sonrisa la enamoró por completo, como en un flechazo.

  • Hola, Alan, ¿qué tal?
  • Hola, Tania – le dijo dándole dos besos. ¿Te parece bien que vayamos a comer? Hice una reserva en un restaurante que está cerca de aquí.
  • Sí claro, perfecto, vamos...

Lo que sucedió después fue que el tiempo se paró, todas las anteriores citas se borraron de su mente, su cuerpo experimentó el amor en cada partícula, su alma se abrazó al alma de Alan, y sus miradas se entrelazaron hasta hacer el amor en un instante eterno.

Pero Tania es Tania, y su enamoramiento se tradujo en inseguridad, en miedo al rechazo, y cuando supo que no era su tipo de mujer, cuando él le habló de su vida, se dio cuenta de que sólo ella le había amado, sólo ella le había tocado el alma y sólo ella se había entregado en cada mirada.

Así que, pensando en lo que se perdería si él no se sentía atraído por ella y en lo guapo que era e imaginando cómo estaría Alan si se quitara aquella camisa blanca que tan bien le quedaba, su subconsciente la traicionó y, en un gesto torpe, tiró el café sobre dicha camisa achicharrando el pecho del pobre hombre.

  • Deja que te limpie – le dijo mientras trataba de echarle agua en la mancha.
  • No, tranquila, no te preocupes, voy al servicio y lo arreglo.
  • No, no, ha sido culpa mía, déjame ayudar, por favor.

Y de nuevo el desastre se hizo presente cuando la exitación de ella consiguió que el agua tomara protagonismo al caer por todo el pecho de Alan, provocando un subidón de calor en Tania de tal magnitud que el agua acabó también en su entrepierna. Ante tal exceso ella se apresuró en tratar de secar la humedad en aquel delicado lugar, justo cuando uno de los camareros se acercaba a traer la cuenta.
El rostro de Alan sería de película de dos rombos si nos remontáramos a los tiempos en los que la televisión era en blanco y negro, y el refinado camarero estaba escandalizado pensando en algo que seguramente le hubiera gustado experimentar él en su persona.

Si a eso le sumas que con el movimiento del frotamiento, el escote del ligero vestido de Tania dejó entrever algo más que el inicio de sus pechos, bueno, creo que la situación habla por sí sola.

No fue tan espantoso como parece, tal vez a Alan le gustaran las atentas friegas que Tania le hizo para aliviar la situación, pues esa sólo fue la primera de muchas citas, aunque, que quede entre nosotros, no fue la más desafortunada.

Y es que el amor a primera vista a veces necesita un poquito de ayuda...ya me entendéis...

Tal vez el encuentro con tu alma gemela no sea como en las novelas románticas, tal vez pase frente ti sin que te des cuenta, o tal vez te derrame una taza de café en tu camisa preferida, o simplemente puede que un día tengas con ella una cita tan desastrosa que no quieras volver a verla, pero es cierto que Tania la halló aquel día y, contra todo pronóstico, se volvieron a ver y repitieron escenas como aquella hasta que un día se dieron cuenta de que nada les podía separar, ni siquiera una situación embarazosa.

Eva Vera Vitae.
(Arael)

domingo, 6 de septiembre de 2015

ROMANCE EN BENIDORM

Se acercó a mí sutilmente, poniendo su mano en mi mejilla. Me miró con esa mirada profunda, intensa, inundándome por completo con el mar de sus ojos azules, envolviéndome con ese amor que emanaba con sólo dejar fluir lo que sentía por mí.
Aquel amor no podía pertenecer a este mundo, no era como los demás, o así lo vivía en ese momento en el que me abrazaba, cuando su corazón ardía, cuando sentía que mi alma se desprendía de mí, como desabrochándose de mi cuerpo para acercarse y fundirse con la suya.

  • Eres preciosa – me dijo mientras yo jugueteaba en el agua de la piscina con las burbujas azules que brillaban por la luz de los focos.
Los días de verano en Benidorm eran plácidos y bellos, y la compañía era perfecta. Clara y Leandro nos habían invitado a pasar unos días en su apartamento. La piscina era espectacular y por la noche, a partir de las diez, se encendían las luces inmersas en el agua, desprendiendo una ráfaga azulada que creaba un ambiente mágico imposible de evitar. Así que todos bajamos a bañarnos.

Nadar por la noche siempre me ha encantado y no podía perderme la oportunidad de hacerlo. El sonido del agua mientras me movía a través de ella era dulce y sinuoso al entrelazarse con el silencio y la calma que nos rodeaban, y la presencia de Arán me hacía sentir como en un sueño hecho realidad.

Allí, frente a uno de los focos, mis manos comenzaron a bailar con las luces y el agua, creando formas, ondas y burbujas que relucían y danzaban entre mis dedos, ante mis ojos enamorados de aquella sencillez, entregada a mi propia inocencia, como una niña pequeña fascinada por algo tan simple. Mientras tanto, él, me enviaba grácilmente todo su amor al observarme, enamorado de esa inocencia que desprendía sin apenas darme cuenta y yo le sentía, sí, sentía todo lo que él estaba sintiendo, y me elevaba, bautizada por su mirada.

  • A veces no hacen falta palabras para que sepa que me estás amando – le dije.
  • Lo sé, y sé que sabes que me encantas, que mirarte es para mí como alcanzar el cielo, y amarte es un privilegio para mi alma.
  • Cuando me hablas así no sé qué responderte. - le dije algo cohibida.
  • Pues no digas nada.

Y tras aquella frase sus labios se fueron acercando a los míos para fundirse en un apasionado y tierno beso que me volvió a demostrar que era la primera vez que me besaba un hombre, a pesar de que ya lo había hecho muchas veces, a pesar de que no era el único que me había besado en mi vida, y es que sus besos siempre me hacían sentir como una principiante en el amor, estremeciéndome por completo, deshaciendo todo aquello que no fuera felicidad dentro de mí.

Besarle era sentir su cuerpo entero en mí, su esencia, su existencia, era como reencontrarme con un ángel dentro de un hombre, era como descubrir mi propia esencia de mujer, mi propia divinidad a la vez, el deseo de ser suya y desaparecer entre sus brazos mientras hacíamos el amor, como si dos ángeles se fusionaran en un acto sagrado de entrega total.

Y así era cada vez que estábamos juntos, como si el mundo se acabara, como si sólo los dos existiéramos, como si nada más bello pudiera suceder en ese momento, pues sólo el amor era real, todo lo demás quedaba en espejismo.

Aquella noche volvimos a enloquecernos como dos adolescentes, entre caricias y besos, entre deseo y pasión, entre placer y caricias que nos arrancaban de nuestra vida cotidiana y nos trasladaban a otros mundos para amarnos, perdiendo la noción del tiempo, haciendo el amor toda la noche.

Era imposible parar, pues el deseo nunca desaparecía, y la dulzura y el amor que ambos sentíamos a veces nos embarcaba en momentos de miradas y besos, palabras y sexo, abrazos intensos que nos adormecían, gemidos que bailaban entre nuestros cuerpos, destellos de luz que se encendían con cada orgasmo, con cada roce, con cada “te amo” que se desmayaba de su garganta, o de la mía, mientras sus manos recorrían mis secretos.

  • No me dejes nunca – le dije llorando.
  • No llores, mi niña, ya sabes que siempre estaré a tu lado.
  • No tengo miedo de perderte, tengo miedo de que esto sea sólo un sueño.
  • Pero es real, amor mío, estamos juntos.



Al día siguiente fuimos al paseo marítimo, para volver al portal de luz que habíamos descubierto, un lugar mágico, colmado de una extraña belleza que nos impulsaba a visitarlo cada vez que íbamos. Cogidos de la mano, nos adentramos en la arena, hasta llegar a la orilla y nos sentamos cerca del agua. Mi falda era larga y el agua mojó parte de la tela, y sus pantalones de lino blancos quedaron también bajo las olas que iban y venían, pero no nos importaba, deseábamos sellar lo que sentíamos.
Así que Arán sacó de su mochila una caja y la abrió para enseñarme una lágrima azul, un zafiro precioso. Sabía que era mi piedra preciosa preferida, y la había comprado como sorpresa para mí.

  • Erica, eres mucho más que una pareja para mí, eres mi compañera, mi amada, mi amiga, mi confidente, mi guía, mi musa, lo eres todo, absolutamente todo para mí, y sé que estaré contigo pase lo que pase, aquí y en cualquier lugar donde vaya, porque no eres mi esposa en este lugar, en esta sociedad, existes en mí, eres el alma de mi alma, el ser de mi ser, y eso es para mí sagrado, intocable. Nadie será nunca lo que tú eres para mí, nadie lo fue antes, y en este ahora te quiero preguntar si en este presente que vivimos y en el futuro, quieres continuar caminando conmigo.

Me puso el colgante y esperó mi respuesta mientras yo trataba de no llorar para decirle lo que gritaba mi alma.
  • Arán, eres mi todo, mi vida, el alma de mi alma, y siempre serás mi compañero. Me encantará seguir a tu lado, caminando juntos, porque no sé volar si no te tengo, porque quiero compartir todo lo que soy contigo, porque este amor que siento es el motor que me guía y que me engrandece, porque ocurra lo que ocurra, siempre te amaré, esté donde esté, eres mi único y gran amor, el verdadero, el que nace de lo más profundo de mi ser, el que no se puede terminar jamás, pues nunca empezó, siempre fue, nació conmigo en esta vida. No es un amor humano, Arán, es un amor que traía consigo mi Alma, y que sólo a ti te pertenece. Te amo, te siento, te soy.

Y un nuevo beso se entrelazó en mi pecho, mientras le sentía de nuevo, envolviéndome con aquella sensación de estar a salvo, de que ningún peligro podría dañarme jamás, de que sólo los dos existíamos en aquella playa. Él era mi hogar.

  • Te amo, Érica, en la libertad de un amor que no te exigirá nunca nada, que es y existe para hacernos mejores, para que seamos nuestra mejor versión, para que expandamos amor hacia todas partes, para que seamos dos seres explotando en dicha, enseñando a otros a sentir, a saber quiénes son, a encontrar a sus compañeros de alma. Ya sabes que nosotros estamos aquí para eso, para guiar a otras personas, y lo haremos juntos.
  • Así es. Dejaremos plasmadas nuestras experiencias y las mostraremos al mundo, las escribiremos, y muchos corazones se abrirán, esa es nuestra misión, expandir, comunicar, dar.

Tras aquella conversación que fue el sello de nuestro amor eterno, dimos un largo paseo por la orilla del mar de Benidorm hasta quedar exhaustos y regresamos al apartamento.

Hoy, recuerdo con nostalgia nuestra promesa, sabiendo que cumplirla es nuestro gran anhelo, nuestra bendición y que con nuestro amor lo lograremos.

E.Vera Vitae.



viernes, 14 de agosto de 2015

DE IRONÍAS Y "VIA CRUCIS" - EGOS

DE IRONÍAS Y "VIA CRUCIS"
(EGOS)

Paseaban las dos de la mano, como cualquier pareja lo haría, ya que su amor era un gran orgullo para ambas, así pues, no querían ocultarlo, a pesar de que habían recibido críticas y habían sufrido mucho antes de tomar la decisión de enfrentarse a sus tabúes, a sus miedos, a sus dudas.

Ambas conocían el amargo sabor de la falsedad y la hipocresía, de las intenciones sombrías de muchas personas que se hacían llamar amigas, para luego sonsacarlas y usarlas como carnaza en sus chafarderíos de media tarde, junto al té y las pastitas, recitando una y otra vez los porqués de lo desdichadas que serían y lo mal que gestionaban su vida y bla bla bla...

  • Buenos días - dijo aproximándose una de esas tan amigas de lengua afilada y sentimientos de culebra enrevesada y retorcida – ¿Qué tal estás, María? Te veo muy bien acompañada, querida.
  • Buenas, Sofía, pues sí mira, la vida me sonríe.
  • ¿No me presentas a tu amiga?
  • No es mi amiga, es mi pareja, y sí, te la presento, es Carmen, y es una de esas personas honestas y sinceras, de esas que te enseñan lo que es una buena persona, una buena amiga, comprensiva, y además... la amo.
  • Ay, bueno -dijo algo sorojada y disimulando- me alegro mucho de que estés bien. ¿Y tu trabajo? ¿Has encontrado ya algo?
  • Pues mira, resulta que la floristería funciona a la perfección y tengo bastantes clientes, de esos que no me critican después de la compra y de quedarse un ratito a charlar, de esos fieles que agradecen mi hospitalidad, mi amor, y mi comprensión, algunos incluso se han convertido en buenos amigos porque supieron ver quien soy en lugar de buscar la manera de hundirme o de someterme a juicio entre palabras llenas de veneno de serpiente para su regocijo personal. Y es que, ¿sabes? Me he dado cuenta de que la vida aparta a esas personas que son perjudiciales para uno, las pone en tu camino para que aprendas algo, te lo enseñan desde su inconsciencia y luego se van, y ¡menos mal! Porque como amigos no sirven y como clientes son demasiado desagradecidos.
  • Veo que sigues enfadada conmigo, querida, pero es que yo tenía motivos para decir todo lo que dije.
  • Sí, claro, tenías tus motivos, porque tus conflictos personales no te permitían ver más allá de lo que estaba ocurriendo, necesitabas proyectarlos en mí, y espero que te haya servido para darte cuenta de que hay algo que tienes que resolver dentro de ti, algo que en realidad no tiene nada que ver conmigo, y de veras, preciosa, espero que lo superes, porque a mí no me corresponde hacerlo.
  • Fuiste tú la culpable, no yo, no empecemos, porque no fui yo la que se inventó lo que pasó, aún estoy esperando aquel pedido que te hice, pero veo que no me lo traerás. Además, no me hables de conflictos que tú tienes unos cuantos problemas que resolver, no me vengas dando clases a mí.
  • Sí, y qué bien te viene que yo tenga problemas, o más bien que los tuviera, porque eso te hizo creerte en el derecho de criticar mi manera de gestionarlos. Y no, no fuiste tú la que inventó lo que pasó, pero sí que interpretaste lo que te convenía en ese momento y prolongaste tu ira y tu desprecio durante dos años, sólo porque no eras capaz de enfrentarte a tu propio conflicto. Ahora ya no hay nada entre nosotras, no existe amistad, no existe nada, tú lo mataste, pero de igual forma yo no estoy ni enfadada, ni resentida, sólo he aprendido a decir lo que pienso, como hace todo el mundo, sin morderme la lengua, sin ser hipócrita, porque  ahora sé defenderme, algunas personas de mi vida, personas como tú, fueron mis grandes maestras para aprender a darme cuenta de quién me ama y quién quiere utilizarme y doblegarme.
  • Veo que no tienes un buen día.
  • Pues mira, sí, hoy tengo un buen día, porque he dejado de caminar por encima de los clavos que otros iban colocando, he dejado de llorar, he dejado de sufrir y he dejado de dar mi amor a cualquiera, el amor se expande desde mi alma para todo el mundo, aunque lo recibe sólo quien sabe hacerlo, y aquellos que no lo saben recibir, lo desprecian, como tú, pero no importa, no espero nada de ti, ni de nadie, simplemente aquellos que saben amar me corresponden y los que no, deben aprender todavía, porque la amistad, el amor, no es algo que se sepa sentir o dar, debemos aprender, madurando, creciendo emocionalmente...
  • Me estás ofendiendo, y luego te quejas y dices que el conflicto es mío.
  • No, querida, no hablo desde el conflicto, sino desde mi comprensión, yo ya viví lo que tenía que vivir contigo, y sé que cuando llegues a casa llamarás a tu querida amiga para explicarle lo malísima que soy y cómo te he ofendido en plena calle, y le contarás que además ahora salgo con una mujer, cosa que te dará bastante jugo en tu chismorreo particular, pero no importa eso tampoco, porque no me afectan esos juegos, ya no, ahora prefiero darte yo la noticia para que la saborees, pero diciéndote en tu cara lo que pienso de ti, de tu personalidad, de tu ego, porque tu alma es pura, pero la inocencia que nace de tu desconexión con tu ser, no te permite ver más allá de tus prejuicios y tus creencias.


  • Ya estamos con tu psicoanálisis barato.
  • Bien, ya hemos terminado por hoy, sigue en tu vía crucis que yo ya no voy a volver a pisar el suelo de los afligidos que sufren victimizados por sus propios pensamientos absurdos. Sigue hablando, pero has de saber que tus habladurías son sólo una distracción que no te permitirá avanzar y te aplastarán sometida a tu propia conducta para la cual inventarás tu propia panacea, que no será más que otra mentira para creerte que estás siendo espiritual, buena persona, comprensiva y benefactora, cuando en realidad no eres capaz ni de renunciar a tu orgullo para reconocer que estás celosa y enfadada por todo lo que no consigues. Obsérvate y aprende de ti misma, de tu ego, de tus miedos, de tu envidia, de tus errores, no son nada malo, sólo te están avisando de que hay algo ahí por resolver. Te deseo lo mejor, pero olvídate de mí, no existo para ti. Adiós.

La amiga se quedó allí, petrificada, mientras María y Carmen se iban abrazadas alejándose del lugar. Jamás antes alguien le había hablado así, y mucho menos ella, María, la buena de María, aquella mujer que siempre lo daba todo y aceptaba todo. ¿Qué le habría ocurrido? ¿Por qué parecía tan enfadada?
Se fue con su bolsa de la compra hacia casa pensativa y cuando llegó allí, después de guardar las manzanas y los plátanos, cogió el teléfono y marcó el número de su querida amiga Francisca.

  • Dígame – se escuchó al otro lado del auricular.
  • Francisca, soy yo, Sofía, no te creerás lo que me ha pasado...

E. Vera Vitae...

lunes, 10 de agosto de 2015

LOCA

Me llamo Lola y estoy aquí porque dicen que estoy loca. Hace ya mucho tiempo que dejé de preguntarme si ellos tienen razón o no, porque verdaderamente ya no controlo lo que sucede en mi mente, ella ha tomado las riendas de mi vida, sepultándome hasta lo más hondo y oscuro de mí, atrapada entre pensamientos obsesivos y dolorosos por alguien a quien amé desesperadamente.

Los doctores que me atienden desde hace años dicen que tengo un trastorno obsesivo severo, pero me ocultan algo más, lo sé, porque la medicación que tomo no es suficiente para mantener a raya lo que estoy sintiendo y las voces que escucho no paran de discutir entre ellas, una dice que es mi mente, la otra mi corazón, pero mi mente tiene muchas voces distintas, mientras que mi corazón siempre usa la misma. 
 
Aquí no se está mal, no tengo que preocuparme por las facturas, no tengo que salir a la calle, donde la gente me parece cada día más hostil e incomprensiva, ni tengo que ir a trabajar, de hecho, esto se ha convertido para mí en un refugio del cual no deseo salir, aunque a veces me pregunto cómo sería regresar ahí afuera y volver a tener una vida normal. Normal, sí, eso que está bajo el paradigma de las normas establecidas, eso que yo no aceptaba y rechazaba con uñas y dientes. 
 
Siempre fui una inconformista, todo me parecía poco, nada era suficiente, pero carecía del valor para luchar por lo que quería y siempre me acababa dando por vencida, así que después me sentía frustrada y me torturaba por haber desistido en mi empeño por cambiar las cosas.

Toda mi vida ha sido siempre una contradicción emocional, un deseo que se oponía a otro deseo subyacente, y que intentaba emerger para ser observado y tomado en cuenta. 
 
Los llamados “sanos”, no entendieron nunca mi mundo, y mi familia siempre me trató como si fuera un caso aparte, ya sabes, la oveja negra, la que nadie escuchaba porque no tenía nada importante que decir, o nada que a ellos les interesara, y es que hablar de amor y de buenas intenciones siempre resultó aburrido a la alta élite de los Dublanch, mi apreciada y selecta casta.

Por eso y por algunos cientos de razones más, acabé en este lugar, sola, bueno, con la compañía de otras personas locas que, al igual que yo, no pudieron soportar el peso de pertenecer a este mundo, a esta especie llamada “humana”.

Siempre pensé que el ser humano debía ser sensible y responsable, inteligente pero con alma, con corazón, y sin embargo siempre vi en mi especie todo lo contrario. Renegué tantas veces de pertenecer a ella, me odié por ser un ser humano, por haber nacido, por no hacer nada para que algo, por poco que fuera, se transformara de alguna manera...

Todo se complicó más cuando le conocí a él, un hombre atractivo, lleno de conocimientos insulsos, alguien tan diferente de mí. El primer día en que le vi supe que le amaría para siempre, que era mi sueño hecho realidad, sin embargo él era frío y distante conmigo. Siempre estaba rodeado de mujeres que le halagaban y le perseguían y él no dudaba en aprovechar su carisma para irse con aquella que más le interesara a la cama. Yo trabajaba para él, era ya su tercera secretaria, un trabajo que detestaba, pero en aquella época tenía que sobrevivir por mi cuenta, ya que mis padres habían decidido que tenía que aprender a vivir, en fin, mis tres hermanos disfrutaban de puestos de trabajo en la empresa de papá, mientras yo tenía que demostrar mi valía ejerciendo de secretaria de uno de los tantos socios de mi padre.
Había estudiado Bellas Artes, y la verdad, no se me daban nada bien las tareas administrativas, así que, cada dos por tres recibía alguna reprimenda del señor Rojas, aquel hombre que tanto me gustaba.

Uno de esos días en los que hubiera sido mejor que no me levantara, Leandro Rojas tuvo la genial idea de invitarme a cenar y yo fui tan estúpida que me ilusioné como una niña pequeña, así que accedí a ir con él.

La cena fue para mí algo maravilloso, sin embargo no me daba cuenta de lo superficial y materialista que era aquel hombre del que me había enamorado perdidamente.
Era tan sumamente atractivo que perdía la razón y el entendimiento, y no lograba hacer otra cosa que mirarle y sonreír como una absurda mujer desprovista de inteligencia. Así que me convertí en lo que él deseaba, una chica fácil, tan sólo por el hecho de amarle, tal vez inmerecidamente, puesto que él jamás sintió lo mismo por mí y se aprovechó de mis sentimientos para usarme y después despreciarme.

A partir de ese día mi obsesión se encendió como una cerilla eterna, y caí en un profundo abismo de desolación. Mi gran amor me había tratado como a una prostituta, había conseguido lo que quería de mí, haciendo uso de su habilidad seductora y beneficiándose de mi ingenuidad.
Mi inocencia quedó destruída para siempre, mi fe en el amor, mi deseo de amar, mi confianza en los hombres, todo eso se destruyó. La única esperanza que me mantenía en este mundo cuerdo era que existía el amor, el romance, y creía de veras que viviría una historia de amor de esas tan hermosas, de cuento, de película, y en lugar de eso descubrí la parte más sórdida de los hombres.
Pero no me bastó con arrastrarme y perseguirle suplicándole más amor, más migajas, más limosna afectiva, sino que además soporté su maltrato psicológico y sus desprecios durante dos largos años, en los cuales me utilizaba cuando le apetecía y luego volvía a gritarme que le repugnaba, que no quería estar conmigo y que había cedido sólo por la necesidad de echar un polvo, porque no habia nadie más disponible.

Obsesión.



Sólo deseaba que me amaran, pero en este mundo de hipocresía y cuerdos que sólo disfrutan de la parte superficial de la vida, haciendo daño para satisfacer sus necesidades, sus caprichos, y mantenerse al margen del amor, me tocó comprobar que no existe nadie como yo, salvo mis amigos, los locos, con los que hablo cada día de lo mal que va el mundo. Qué irónico, los de ahí afuera parecen estar más locos que nosotros.

Todos los días veo cómo se están destruyendo poco a poco, cómo el amor se va apagando lentamente, cómo vamos siendo cada vez más los que estamos aquí...

A veces estoy segura de que ellos son los locos, porque en este lugar hay muchas mentes perdidas, pero hay mucho más amor que allí afuera.

Otras veces me doy cuenta de que esto es sólo un sueño que aguien, una mente gigantesca tal vez, está soñando, y que sólo soy parte de ese sueño. Tal vez si yo despierto pueda escapar de esto, y hallar una realidad alternativa en la que por fin encuentre mi felicidad interior y, con un poco de suerte, ese famoso y escurridizo amor verdadero...

Por lo pronto, y por hoy, ya no voy a explicarte más sobre mí y sobre mis desgraciadas aventuras por la vida, ya son sesenta años de golpes y heridas, y desde que estoy aquí finalmente ya me siento segura.

Así que, querido corazón, que sepas que seguiremos hablando, te seguiré dando mis razones para sufrir y para desconectar de eso que llaman realidad, porque estoy agotada de tanta incoherencia y de que tú me intentes convencer de que el amor existe, de que sólo debo mantener la fe y la calma, ya me cansé de esperar, y de buscar, por eso, aquí estoy a salvo, a salvo de volver a caer en la trampa de enamorarme, o en la de depositar mi alma y mi amor en el ser humano, se acabó.

Me llamo Lola y estoy aquí porque dicen que estoy loca...

E. Vera Vitae.

jueves, 30 de julio de 2015

CAPÍTULO 3 - JAN SINCLAIR

CAPÍTULO 3

JAN SINCLAIR

Traje elegante, perfume caro, una imagen de sí mismo frente al espejo que le convenciera de que podía salir a comerse el mundo. Jan se enfrentaba cada día a la rutina de su vida con su mejor sonrisa, buscando la manera de llegar a las almas de los demás, para poder así transmitir lo que había dentro de la suya, y además llegar al océano de cada ser humano aunque tuviera que hacerlo desde la superficialidad de una apariencia exquisita y bien cuidada, desde su mirada seductora y su carisma tan característico. Deseaba comprender cómo sentían otros seres humanos, cómo pensaban, cómo vivían, cómo experimentaban en el espacio de la sociedad donde se movían. Por ese motivo, para él era indispensable conocer a sus alumnos del conservatorio, porque cada personalidad se amoldaba de una manera diferente a la música y cada compositor expresaba lo que había dentro de él de una forma muy personal y particular.

 Tenía una gran habilidad para empatizar con la gente, reconocer sus debilidades, sus miedos, sus sueños, sus angustias, y eso le permitía guiar a los estudiantes de música a los que enseñaba. La docencia le había dotado de esa capacidad, ya que gracias a ella había conseguido adentrarse más en cada individuo, para apoyarle, para orientarle hacia su propio estilo musical, además de mostrarle lo que en el proyecto curricular del centro se requería. No se conformaba nunca con dar sólo lo que se marcaba como norma, sino que se entregaba totalmente a su pasión.
En su tiempo libre se dedicaba a componer músicas que, al igual que las personas, le hablaban de emociones, de experiencias, de sensaciones, de conflictos... y basaba sus melodías en su propio aprendizaje de vida, manifestando así todo lo que en su corazón se iba almacenando, todo lo que su ser deseaba expresar.
Su sueño se estaba revelando gracias a todo lo que él daba en cada tema compuesto, algo grande, algo que procedía de lo más profundo de él, pues un pedazo de su alma quedaba siempre grabado en cada canción.
Conoció a su prometida, Vanessa, en una fiesta a la que un amigo le había animado a ir.

  • Siempre estás solo, deberías buscar una mujer, que el tiempo pasa y lo de Sarah ya hace dos años que sucedió, tienes que superarlo. -Le decía Antoine cada vez que se encontraban.

Jan había intentado que sus relaciones funcionaran, pero no hallaba a la mujer que realmente le hiciera vibrar tanto como lo hacía la música. Era un hombre muy seductor, capaz de enamorar a cualquier mujer, pero su alma anhelaba algo especial, algo que no lograba acabar de ver. Con Sarah fue diferente, ella era hermosa, inteligente, amante de la música, como él, pero con el tiempo ella descubrió que él no era el hombre que deseaba como pareja en su vida, se enamoró de otra persona y le abandonó, algo que Jan no lograba asimilar y que sentenciaba cualquier oportunidad de tener algo serio con otra mujer, pues su deseo y su esperanza de que ella regresara acababa siempre por nublar cualquier sentimiento que naciera hacia otra persona.
Así que se refugiaba en su música, en relaciones superficiales, donde no tuviera que comprometerse con nadie, sumido en una gran contradicción interior, pues su alma ansiaba amar con total entrega, mientras que su corazón roto sólo quería compañía femenina, su mente rechazaba el amor y su instinto sexual le empujaba a buscar tan sólo el placer carnal.
Comenzó entonces de esa manera la relación que tenía con Vanessa, un fuerte deseo sexual entre ambos les llevó a unirse como pareja con el tiempo, en un intento de rellenar vacíos que ambos sentían en su interior.
En el fondo sabía que no amaba a esa mujer, no de la manera en que había amado a Sarah, no de la manera en que deseaba tanto amar a alguien, con fuerza, con pasión, con devoción, con ese amor que fuera totalmente completo, un amor que cubriera el campo intelectual, el corporal, el sexual, el emocional, el espiritual y el divino.
Con Vanessa se sentía complacido sólo en una parte de sus anhelos, pero ya se había dado por vencido, ¿qué podía esperar ya un hombre de casi cincuenta años de una relación de pareja? Si hasta ahora no había encontrado a esa mujer ideal, ya no la encontraría, y Vanessa era una buena compañera, emprendedora, delicada, dulce, sensual, y cubría todas sus necesidades emocionales y sexuales.
Las mujeres con carácter como Vanessa, siempre le habían atraído tanto como para caer en relaciones tormentosas que siempre acababan por dejarle herido, sin embargo, se atrevía a correr el riesgo una y otra vez, a pesar de preguntarse qué era lo que fallaba para que siempre se repitieran patrones tan similares en sus relaciones, en casi todas, pues Sarah no era como las demás, tal vez ella había sido su gran amor, pero ya no había nada qué hacer.

La noche del evento, Jan estaba particularmente feliz. Su novia sabía cómo complacerle como mujer, era una gran compañera, y sabía cómo animarle a seguir adelante con su proyecto profesional, era un apoyo muy importante. A él le encantaba la manera de ser de ella, le halagaba y le encandilaba su sensualidad y su tenacidad, su pasión, y eso le hacía sentir que todo estaba colocándose en su lugar, que por fin las cosas comenzaban a marchar bien. Sus pequeños logros se estaban convirtiendo en grandes logros, su relación iba cada vez más en serio, se sentía dichoso, tranquilo, triunfador.
Necesitaba una copa de champán para celebrar en su interior el éxito de su primer evento, su presentación oficial a la sociedad como compositor.

La camarera estaba de espaldas, llevando consigo una bandeja con copas de champán, ofreciéndolas a los asistentes.
Se acercó a ella sin que ella lo advirtiera y le pidió permiso para coger una de las copas.
Aquella mujer se giró y fue como si todo el mundo se girara a mirarle a él.
Era una chica atractiva, pero no era su tipo, sin embargo, no podía dejar de mirarla a los ojos. En unos segundos que parecieron horas, sintió que algo extraño le estaba sucediendo. Una serenidad, una gran paz se había apoderado de él, una sensación de bienestar maravillosa le estaba envolviendo, pero no entendía por qué.
De pronto, aquella mujer se desplomó y cayó al suelo.

  • ¿Estás bien? -le preguntó.
  • Sí, sí, lo siento tanto, perdón, gracias, creo que he liado una buena, en fin, ahora lo limpio todo, disculpe, no era mi intención....
  • No te preocupes, creo que deberías descansar, no tienes buen aspecto.


Realmente no lograba dejarse de sentir interesado por el estado de salud de aquella mujer que no conocía de nada. Sentía la necesidad de ayudarla, de cuidarla, tal vez sería porque la veía desvalida o frágil.
  • Gracias, así lo haré, ya casi es la hora de plegar.
  • Bueno, espero que te sientas mejor. ¿Cómo te llamas?
  • Marcela.
  • Bien, Marcela, como veo que todas estas personas nos están mirando demasiado, ¿qué te parece si te acompaño a la terraza para que te dé el aire?


Marcela accedió a su sugerencia y ambos salieron a la terraza.
No solía hacer esto con ninguna mujer desde que estaba con Vanessa, entre otros motivos porque ella era bastante celosa y sus discusiones y enfrentamientos siempre comenzaban por mucho menos de lo que estaba ocurriendo en esa terraza, sin embargo, su interés por Marcela era especial, necesitaba asegurarse de que ella estaba bien, y al mismo tiempo tenía curiosidad por conocerla, saber quién era, más allá de su profesión o de su aspecto físico.


Había algo en ella, algo que no sabía reconocer, algo que no lograba entender. Era la primera vez que la veía, pero su voz, su mirada, le resultaban familiares. Su sencillez le había encantado, y la sensación de serenidad que ella le transmitía era tan grande que no comprendía qué era lo que ella estaba emanando para que él, un hombre inquieto y casi hiperactivo, se sintiera sumergido en una brisa de quietud y de paz interior que sólo lograba experimentar cuando acababa de componer una de sus músicas y la escuchaba tras una buena ducha relajante.
Ella tenía algo especial, pero ¿qué sería?
Tras la conversación, que quedó interrumpida por la irrupción de Vanessa, la cual rompió toda esa aura de magia que se había creado, sintió que de alguna manera esa mujer le había parecido interesante, pero no con fines románticos, ni con fines sexuales, como podría haberle ocurrido con otras mujeres, sino de alguna manera que no conseguía definir. Ella le parecía peculiar, diferente, y sentía un gran respeto hacia su persona, algo que no entendía, pero que se llevó consigo aquella noche.
A partir de aquel día, su mundo comenzó a cambiar lentamente, lo que parecía una oportunidad de triunfo con su música, empezó a no ser suficiente, y sus discusiones con Vanessa incrementaron por la falta de confianza de ella hacia él y por su carácter absorvente. Sin embargo, su vida era un camino hacia un objetivo muy marcado, una meta que hacía años llevaba grabada en su corazón y no cesaría en su empeño de seguir avanzando hacia el éxito, junto a aquella mujer, costara lo que costara.
Era un luchador, un hombre que había trabajado duro para conseguir lo que deseaba en la vida, un hombre fuerte y perseverante, y vencería todos los obstáculos, tanto hacia su sueño como compositor, como hacia el equilibrio en su relación con Vanessa.
Pero ¿qué le ocurría con aquella camarera?


E. Vera Vitae